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jueves, 20 de enero de 2011

Limnátide

Hola, antes de dar lugar al cuento queria agradecer a Sara por este espacio en su blog. Ella tiene un inconveniente con su PC que dificulta la publicacion de sus relatos. Espero que mis fantasias resulten de su agrado. Sara volvera pronto...




Enloquecía. Se trababan los ejes de mi cordura cuando ella empezaba a hablar. No podía evitar desnudar su piel una y mil veces al compás de su sonrisa. Era un ángel, un tesoro hundido en lo mas profundo de un mar de deseos. Inalcanzable, tanto así que resultaba difícil crear su figura en soledad, mi imaginación necesitaba de su rostro en el espejo para oírla gemir en espacios ficticios, a universos de distancia. Sofía era el ultimo pasajero de mi turno de noche, yo iba a recogerla al aeropuerto todos los viernes a las diez y cuarto. Victima de la separación de sus padres, era enviada desde una ciudad a la otra, como un paquete, confiando que su edad fuese suficiente para autoprotegerse. Desde el nido de aviones, hasta la casona donde vivía con su madre había un largo camino, por lo que al cabo de unos cuantos viajes, logre entablar una frecuente charla amistosa con la adolescente. Era hija de padres adinerados, la empresa familiar era conocida a nivel nacional y esto se notaba en varios aspectos de su personalidad arrogante, sin embargo, resultaba para mi, mucho más divertida que otros pasajeros del turno de noche. El asiento trasero del taxi había alquilado comodidad a cientos de personalidades, fantasmas de la noche, alcohólicos, vagabundos, abogados y doctores, desde comicos alegres a viudas en llanto, pero nadie lograba tal impresión en mi como lo hacia Sofía.

La esperaba justo enfrente de la salida principal, fumando en la oscuridad. Una tormenta dramática inundaba las calles de la ciudad, los árboles peleaban con el viento y los truenos allí afuera hacían que uno se sintiese indefenso. El limpiaparabrisas de mi Peugeot atigrado hacia un ruido desagradable y apenas lograba expulsar el abundante agua que chocaba en el cristal. Observe las grandes puertas de vidrio aguardando el momento en que su cabellera rubia atravesara el viento corriendo hacia el taxi. Aun faltaban unos minutos para las diez cuando me hizo señas desde la entrada para que me acercara al cordón de la acera.

-¡Buenas noches Sofía!, salude enérgicamente.- Con una noche así pensé que llegarías con retraso.

-Buenas noches Mateus, dijo ella mientras acomodaba a su lado una mochila abarrotada de equipaje. – El vuelo ha sido normal, aun así… no se veía nada bien desde allí arriba-, expresó al mismo tiempo en que se frotaba los brazos con ambas manos.

Por todos los Dioses, su figura empapada era un paisaje extraordinario. El tiempo se detiene unos momentos cuando uno ve algo así, y continua pausado durante unos segundos para resaltar cada detalle de una pieza invaluable. Las coletas de su peinado se habían desarmado un poco y caían dormidas sobre los hombros de su camisa blanca. El maquillaje en sus ojos se había corrido caprichosamente y su cuello hacia las veces de pista de aterrizaje para las gotas pervertidas que se escurrían detrás de su blusa. La misma se le ajustaba al cuerpo y, ayudada por la humedad que conservaba, se pegaba en su piel transparentando una superficie radiante. Sus delicadas piernas escapaban del final de una pollera colegial y bendecían el lugar con líneas maravillosas. Ella era irreal, intocable.

Nos alejamos del aeropuerto y tomamos una pequeña calle inundada para salir a la avenida principal. Conté hacia atrás esperando que ella dijese algo, cualquier cosa. Como era de esperar la charla comenzó con comentarios sobre el clima y el trabajo, pero, a medida que se aceitaron las palabras, la diferencia de edad nos encontró en diálogos mas divertidos, siempre relacionados con su madre, a quien realmente parecía odiar.

-¡Se la pasa regañando a la chica de la limpieza y al jardinero y a todo quien se mueva a su alrededor!- Protesto elevando la voz –Es en verdad irritante.

Yo me limitaba a sonreírle en el espejo cada vez que podía. Su voz era tan dulce e hipnotizante que reflejaba los viejos mitos de sirenas marinas, recordandome aquellos libros que marcaron mi niñez.

Siguió lamentando las actitudes de su madre, remarcando los trastornos psicológicos que esta había sufrido tras la separación, asegurando que le daba vergüenza la nueva personalidad “adolescente” de quien la había criado.

Sus palabras estructuraban una anécdota de días pasados, y sus manos las guiaban en gestos elocuentes dándole vida a todo lo que decía. Pero yo no prestaba atención. Había concentrado mis sentidos en su imagen reflejada. Estaba hipnotizado en la danza que sus pechos ensayaban tras la cortina de su camisa mojada. La superficie adoquinada del camino los hacía rebotar en movimientos sugestivos y casi podía sentir su peso entre mis manos. Sus pezones eran dos estrellas en un cielo nublado, querían atravesar la tela y escapar al viento, dos puntas de lanza. Necesitaba calmarme.


-¿Te molesta si enciendo un cigarrillo?- Mi pregunta era un manojo de flores muertas en el jardín de su historia juvenil.

-No deberías hacerlo, es un transporte publico, pero guardare el secreto si enciendes otro para mi.

Su mirada cómplice apenas podía convencerme, pero sus labios, sus carnosos labios pintados en el infierno rogaban en silencio. Decidí acceder a su pedido bajo otras condiciones. Solo encendí uno y la invite al humo compartido, al beso indirecto, envidiando el filtro marrón, final del cilindro blanco. Me sentí mentalmente trastornado cuando su boca libero una nube palida. Una tos inexperta delataba aun mas su juventud, su inexperiencia. Observe la marca de labial en el final del cigarrillo antes de darle una pitada. Sofía parecía relajarse a medida que las brazas se acercaban a la fuente de su voz, ahora sentada en el medio lograba concentrar toda su belleza en mi empañado espejo retrovisor.

Su inocencia ofrecía detalles electrizantes. Para cuando dejamos el distrito comercial ya había subido los talones al asiento y usaba sus rodillas de apoyabrazos, olvidando toda decencia aprendida, dejándose llevar. Me sentí invadido por el espectáculo en la inmensidad de sus piernas abiertas. Memoricé el camino que iba desde sus muslos hasta la ropa interior rosa, me puse nervioso, alerta, no podía dejar de mirarla. Me vi hipnotizado, perdido entre las sombras que su figura creaba y contuve la respiracion hasta que ella volvió a hablar.

-Esta tormenta me asusta, en noches así no logro dormir tranquila- Su voz denotaba preocupación, faltaban unas diez cuadras y se bajaría del taxi, perdiéndose en la inmensidad de una casona de estilo francés.

-No durara mucho mas, el viento ya parece ir cesando – dije en un intento por tranquilizarla. Su mirada iba desde la ventana izquierda al espejo y de este a la ventana derecha, observando la nada en las calles que dejábamos atrás.

-La casa de mi madre siempre resulta atemorizante, los ruidos se multiplican en los salones vacíos, supongo que no quiere llenar con muebles un lugar en el que apenas pasa unas horas diarias- El rencor en sus palabras podía olerse – Tiene un nuevo amante del que no se nada, la pobre esta enamorada y se va a mitad de la noches a su departamento en el centro, para estas horas ya debe estar allí.

-Esta en su derecho ¿no crees?, y tu no pareces necesitar que alguien te espere en casa, te ves como una adulta responsable- Mi mentira le provoco una sonrisa destellante, hice un esfuerzo por mirarla a los ojos.

-Aun así no me gusta estar sola, ¿Por qué no bajas conmigo un rato? Podría servirte una copa del minibar de mi madre.

Me quede atónito, un golpe de adrenalina me volvió a la realidad y mis labios se movieron solos:

- Jaja! En verdad te agradezco, mi turno esta terminando, ya debo volver a casa.

No podía creer que me había negado, me castigue por dentro con mil maldiciones hasta que ella volvió a hablar.

-Como quieras, dijo. Ya debo irme, veré con que logro distraerme. Bajo sus piernas para buscar el dinero en un pequeño bolsito azul, mientras ignoraba que yo la estaba contemplando de la cabeza a los pies. No podía dejar pasar esta oportunidad.

-Oye, ¿tienes cambio de cien?- Pregunto mirando por encima de mi hombro.

-Mmm... no, fue una mala noche- Respondí.

-Debo ir a buscar adentro, ¿de verdad no quieres beber algo?

Su insistencia fue demasiado para mi.

-Está bien, tomare una copa mientras buscas el dinero, luego me iré, están esperándome.

Corrimos bajo la lluvia por los jardines de la entrada y atravesamos un portón con figuras ornamentadas que debía pesar una tonelada.

La casona se veía tan bien por dentro como imaginaba y si bien pude corroborar la escasez de muebles, uno no podía dejar de notar que todo lo que estaba allí olía a dinero, mucho dinero. Me condujo al salón donde estaba el minibar y me invito a sentarme en un largo sillón blanco.

-¿Qué te sirvo?- Preguntó.

-Whisky con hielo, Cronos, si es que tienes- Respondí.

-El favorito de mi madre- dijo, sonriéndome a la cara. Se estiro para alcanzar la botella y sus piernas se encendieron como dos soles. Llenó dos vasos, brindó conmigo y bebimos juntos. Su rostro se arrugó al sentir el alcohol y se ruborizo tras un encuentro de miradas. Se acercó a un ventanal y alejó las cortinas. La luz de la calle entró e iluminó solamente su figura. Los botones superiores de su camisa se habían desabrochado logrando así un escote pecaminoso. Su pelo desarreglado, con sus dos coletas a medio armar, todavía lucia mojado. Se descalzó en un acto agraciado, siempre recordando sonreir.

-Ya debería irme, a tu madre no le gustara llegar y descubrir que me has invitado a pasar, balbuceé. - Y menos que he bebido de su whisky.

-Ella no regresara hasta el medio día- Dijo mientras se sentaba a mi lado-. Además, no has terminado de beber… Mateus, por favor, no quiero estar sola esta noche- Suplicó.

No pude negarme, olvide que alguien me esperaba en casa, decidí negar todo deseo cobarde de irme de allí. Tome sus manos que estaban frías y las sostuve, intentando inútilmente resaltar el trecho entre nuestras edades. Sofía subió las piernas al sillón y apoyo su cabeza en mi hombro derecho. Desde esa pocision podía ver sus pechos debajo de la blusa semidesabrochada alzándose hacia mi con cada respiración, cubiertos por un sostén rosa que hacia juego con el resto de la ropa interior, obsequiándome esplendor.

Suspiró mirando el suelo, y apoyó sus manos en una de mis piernas. Las mías, libres y ansiosas, como dos ratones hambrientos, buscaron nuevamente el calor de su cuerpo y una de ellas encontró refugio en el final de uno de sus muslos dorados.

El silencio, el incomodo e infeliz silencio nos descubrió sentados tan cerca que nos obligo a colisionar. El movimiento fue evidente, al despegar su mejilla de mi hombro sabia que iba besarme. Fui mas rápido. Nuestros labios chocaron con suavidad y se humedecieron al instante; al abrirse dieron paso a dos lenguas que se encontraron en una danza salvaje y se entrelazaron entre sonidos de satisfacción, manifestación del momento que al parecer, ambos habíamos soñado.

El beso se volvió cada vez mas apasionado, mis manos decidieron recorrer sus piernas, su cintura y sus brazos. Cada rincón de su cuerpo estaba húmedo por la lluvia pero ya no había frió en el. Sus rodillas se separaron invitándome a acariciarlas. Su piel era la de una diosa, una superficie adictiva que ya nunca querría dejar de rozar. Quise conquistar los terrenos de su complexión para vivir allí, para siempre. Abandone su boca y durante una fracción de segundo nos miramos a los ojos, y unidos por un hilo de plata a través nuestros labios migre con mis besos a la parte alta de su cuello. Mis manos bajaban cada vez mas, ya podía sentir el calor emanando de su entrepierna. Sofía emitía pequeños sonidos de placer cada ves que respiraba en su oído y sus uñas se clavaban en mi espalda cuando mordía el lóbulo de su oreja.

Había perdido todo control ético y moral, había dejado mi historia de vida en el taxi, llevando conmigo solo el deseo animal de penetrar a un ángel adolescente, de ensuciar sus alas con el dulce y espeso néctar del sexo salvaje. Me sentía perverso, delincuente. Me gustaba.


Lleve mi mano con firmeza hacia su entrepierna, rozando una y otra ves su ropa interior húmeda, tan húmeda que mis dedos se cubrieron de magia y fascinación.


Los gemidos daban crédito a la inmensidad de la casa vacía. Cada nota de éxtasis que escapaba de su voz hacia eco en la habitación contigua. El minibar resultaba el mejor escenario para un crimen divino.


Sofía arqueaba su espalda y se retorcía endemoniada cada vez que rozaba su clítoris a través de la tela rosada, apretaba los labios con fuerza y los dejaba en libertad solo para soltar otro alarido de placer. Lleve mis besos mas abajo y desabroche el resto de su camisa, y sin abandonar su sexo mojado, utilicé la mano libre para desabrochar su sostén. Sus pechos excarcelados buscaron la luz, perfectos, indomables, tan deseados. Masajie uno de ellos firmemente mientras mi lengua, labios y dientes torturaban al otro como un tridente afilado. Ella me tomo de la nuca y me presiono contra su cuerpo, obligándome a un romance interminable con cada rincón de su abdomen.

Transité su figura sobre mis labios, una y otra vez deteniéndome solo para volver a besarla.


Mi erección era muy notoria, el pantalón ya no podía contenerme. La joven ninfa estiraba sus brazos buscando tocar mi pene. Me gire en el lugar, y me agache frente a ella, la bese ferozmente unos instantes y antes que intentara pararse me volví a dar un festín con sus senos mientras aumentaba la presión en su fragmento de cielo. ¡Ah ese busto tan ansiado en la distancia, ahora me encendía en llamas que ya nunca extinguiría! Mis mordidas la volvían loca, y con quejidos excitantes me hacia saber cuanto le gustaba la presión en sus pezones. Volví a besarla en un frenesí de pasión ardiente y me deje caer otra vez sobre sus tetas como una bestia hambrienta.


Le arranque la pollera e inmediatamente abrió las piernas para mi, y una vez que la tuve casi desnuda me arrodille frente a estas, decidido a cubrirlas con mi boca. Mis labios humedecieron cada centímetro de piel indómita y cuando su cuerpo perdió el control, le quite la empapada prenda rosácea que ocultaba un tesoro.


El estruendoso gemido lleno el espacio como un lamento cuando mi lengua acaricio su clítoris, los músculos de sus piernas se tensaron y sus garras se clavaron en mis antebrazos. Dibujando mil formas irrepetibles, únicas e infinitas alrededor de su botón mágico, llené cada rincón de mi boca con el elixir que emanaba a mi contacto, y le arrebaté alaridos celestiales cada vez que introducí la punta de mi lengua en el manantial de su vagina. Sus gemidos funcionaban como un estimulo, aumente el ritmo del que seria su primer sexo oral para elevarla hasta el olimpo abandonado.


Sofía no podía mas, apretaba sus pechos con sus propias manos mientras sollozaba diciendo mi nombre.

Mateus!.. Detente por favor...

Sus palabras no podían contenerme, sentí el poder de ser el dueño del máximo placer de un ángel. Quería llevarme de ella el resto de su alma.

Así, entre dientes y lengua di a su clítoris un ultimo choque eléctrico que abrió las válvulas de una fuente de licor prohibido. Mas dulce que el wiskhy de su madre, mucho mas embriagante. Sofía exploto en un orgasmo que la dejo sin voz por un momento, quizás sin respiración. Sus piernas temblaron en espasmos incontrolables y sus ojos se cerraron al cielo. La voz le regreso con un grito de guerra, tan excitante.

Se incorporo en el lugar y me beso con brutalidad, robándome con su lengua el extracto de ángel que aun tenia en mi boca, degustando su propia poción de sexo edulcorante, fascinada por el sabor de un momento maravilloso.

Los botones de mi camisa volaron por la habitación, sus uñas cortaron mi pecho logrando caminos rojos hasta mis pantalones. Se arrodillo frente a mi y me desnudo con movimientos violentos. Sus piernas aun temblaban. Me miro a los ojos y con una mano comenzó a masturbarme.

-Quiero que me cojas - susurró antes de rozar la punta de mi pene con su lengua-. Quiero sentirte dentro mió- continuó. Su mano aumento el ritmo y sus labios cubrieron mi miembro llenándome de satisfacción. Comenzó a lamerlo intensamente, una y otra vez, metiéndolo en su boca hasta acariciar su garganta. El ángel había renunciado a la santidad y sus alas se tornaron negras, Sofía era mas que la tormenta esa noche. Ya no tendría miedo a la soledad.

Aumento su ritmo, el flujo de saliva que llegaba hasta el glande se le escapaba de los labios y se escurría por sus manos, chorreando en sus piernas. Humedeció dos de sus dedos y se los introdujo en la fuente de su locura, sacándolos luego, cubiertos de magia, y con una mirada infantil, busco mis ojos asegurándose que pudiese ver como los introducía en su boca antes de seguir con el sexo oral. Perdí la razón ante tal acto, olvidando respirar. Ella sonrió y arañándome los glúteos me lo pidió una vez mas.

- Cójeme...









Los vasos con whisky cayeron al suelo manchando la alfombra. Ya nada mas importaba, éramos nosotros dos y los relámpagos. La tire sobre el sillón y la bese una vez mas antes de arrodillarme frente a ella. Abrió sus piernas bañadas en delirio y apoyo sus talones en mis hombros. Su respiración era un huracán que movía edificios. Se aferro de sus pechos y lamió uno de sus dedos mirándome a los ojos.

-Aaaaaaaaaa!!

Su grito apago los truenos cuando la penetre con fuerza. Los ojos se le llenaron de lagrimas y estas cayeron recorriendo su rostro corrompido, su antigua mascara angelical. La penetre una y otra vez, cada vez mas duro, buscando que el próximo alarido superase al anterior. Quería derrumbar el mundo con la vibración de su voz. Quería robarme de ella toda esa energía que hacia girar al universo en torno a su sonrisa. Quería asesinar a la niña arrogante de dinero que vivía en el cuerpo de esta Diosa. Las embestidas se volvieron tan profundas que en sus mirada predominó el blanco y sus músculos se tensionaron en un prologo a un orgasmo mas intenso que el primero. Sus manos parecían desesperadas en aferrarse a cualquier cosa que le ayudara a contener el flujo de placer. No había nada que hacer. Sofía libero una cascada de miel con un aullido animal. El grito se asemejaba al punto máximo de un llanto desconsolado, el dolor y el deleite se habían fundido en sus emociones, demandándole mas.

La sujete de la cintura y la puse de pie. Apenas podía sostenerse. Me dio la espalda y se sujeto de mis brazos para dominar el temblor en su cuerpo. El sillón era testigo clave de una noche imposible.

Sofía apoyo sus manos en la tela blanca y me miro por encima de sus hombros, invitándome a seguir. Un nuevo sonido se coló en su voz cuando la penetre desde atrás, y continuo mientras la cojia con la ferocidad de un demonio enardecido. Sus gritos se fundían con mis gruñidos al respirar y su cuerpo se sacudía aun mas que los árboles afuera. Mi nombre se escapo de su pensamiento varias veces y se transformó en palabra. Quise detener el tiempo en ese instante de fantasía, y me esforcé por guardar en mi memoria cada detalle de una noche ilegal. Aumente el ritmo violentamente, estrellándome contra sus curvas novicias, sentí en su cintura un intento de alejarse, la búsqueda ciega de un rincón tranquilo para respirar, pero me negué a dejarla ir. Y enceguecido por el poder de su belleza la penetre sacrificando mis ultimas energías y deje que su cuerpo volviera a reaccionar. Así, cuando sentí que los músculos en su interior se preparaban para una explosión sin precedentes, deje salir aquel fantasma que supo violar su imagen tantas veces en el espejo retrovisor. Y en un paisaje usurpado, iluminado por una tormenta, sintió la fuerza de un final despiadado recorrer su interior, y no pudo gobernar su cuerpo ante el efecto de un torrente inundando su vagina, dejándose caer una vez mas en un orgasmo fulminante, ahora compartido.

La niña que hacia unas horas hablaba sin parar en el taxi, ahora era un manojo de sonidos extraños, que iban desde risas a llantos y de gemidos a una tos en búsqueda de aire.

Sofía apoyo su cabeza en sus antebrazos y se recostó en el sillón, su cuerpo era una convulsión tras otra. Me observo en silencio mientras me vestía, y al cabo de unos minutos se quedo dormida.

Levante un vaso del suelo, serví una medida mas y me senté sobre le mesa del minibar a contemplar la belleza de la que había sido dueño. No fue hasta terminar de beber que descubrí la foto sobre la vitrina que guardaba las botellas. El rostro me era familiar incluso en la oscuridad, me acerque, lo tome y mientras lo llevaba hacia un rayo de luz que entraba de la ventana sople el polvo que opacaba el cristal del portarretratos. Todos los monólogos de Sofía sobre su madre se resumieron en una imagen gris.




Cuando regrese a mi departamento ya eran las siete de la mañana. Abrí la puerta del dormitorio con el mayor sigilo posible, pero no pude evitar que quien dormía en mi cama despertara.

-Te espere hasta las cuatro, ¿Qué sucedió?

-Tuve un accidente- mentí. – Pero no a sido nada grave, debería haberte llamado, vuelve a dormir.

Sus ojos se cerraron otra vez. Gloria venia todas las noches a mi departamento. No sabia nada de mi, y yo no quería saber nada de ella, eran las condiciones de dos amantes de distinta clases social. Una botella de champagne descansaba sin abrir sobre la mesa de noche, rodeada de velas rojas que ya se habían consumido. Me deje caer en la cama. Gloria se dio media vuelta y me abrazo. La ironía del momento me hizo sonreír. No sabia que ella tuviese una hija.


Endimiøn